09 octubre 2010

Pesadilla.

Le había confiado la custodia de una niña, y él se la llevó a la playa. Al poco, mi teléfono sonaba y me comunicaban que la niña... se había extraviado temporalmente. Le detesté. Le corresponsabilicé, a pesar de que sabía positivamente que me diría que, la niña... no le había hecho caso, y que había obviado las instrucciones recibidas, pero era él quien tenía la sabiduría correspondiente a la edad adulta y quien ostentaba la condición de responsable.


La niña tenía una tendencia insistente a desplazarse hacia la carretera, la N1, una radial y peligrosa vía de tráfico rodado en la que se encontraba en riesgo máximo. Y yo sabía que habría deseado ir hasta allí, y solamente ese deseo ya constituía una terrible angustia para mí.


Yo detestaba profundamente la forma en que ella, no del todo consciente, cruzaba esa vía, asumiendo altísimos e innecesarios riesgos. Detestaba tanto aquella tendencia adquirida por mi niña, como ella detestaba a mi camello, sin conocerle. Porque ambos intuíamos el peligro que conllevaba cada uno de esos agentes para el otro, y porque nos queríamos y deseábamos solamente lo bueno, el uno para el otro, y viceversa.


"No te pierdas, no te evadas de tu custodia", quería decirle yo en la pesadilla.


"No te dañes, no te autodestruyas con ese polvo de muerte" me pareció escuchar de su voz en un eco que identificaba como la proyección de sus telepáticas palabras.




"Vuelve al lugar donde te perdiste, y encontrarás a tu cuidador esperándote. Yo volveré en cuanto termine con las obligaciones que me impiden estar ahí en todo momento. Vuelve a él. Vuelve, por favor..."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

...las hijas,a veces,se parecen a sus padres...
...los padres, a veces, se parecen a sus hijas...
...a veces, sólo a veces gran amor...

Candela Moreno dijo...

Y a veces.... la vida es la hostia de guapa...

Perdon, y gracias. Sois unos fieras los dos!

Os quiero.